NÚMERO
38



JULIO
DICIEMBRE
2016

EDITORIAL
CARLOS GUEVARA MEZA • DIRECTOR DE DISCURSO VISUAL

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Setenta años

El Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) cumple setenta años y la reflexión sobre sus logros, así como sus retos, se impone como necesaria. Precedido por la formación de otras importantes instituciones culturales (museos, escuelas, orquestas, grupos de teatro y danza) que se integraron al Instituto cuando su fundación y le dieron presencia y carácter, el INBA constituyó un hito histórico en lo que respecta a política cultural, por lo menos en el contexto del continente americano, pues ningún otro país tenía en ese momento (algunos se tardaron mucho en tenerlo e incluso aún no lo tienen) un organismo similar.

Con el tiempo el INBA fue creciendo, quizá no con la suficiencia y rapidez que hubiera sido deseable, con la incorporación o la fundación de nuevos museos, escuelas, grupos artísticos y centros de investigación, llenando por muchos años un vacío que ningún otro actor público o privado atendía como prioridad. Aunque esto fue cambiando a partir del crecimiento de las universidades o más recientemente a través de algunas iniciativas de la sociedad civil, el Instituto siguió siendo durante largo tiempo el espacio principal y más reconocido de educación, difusión y validación artística. En muchos sentidos fundamentales, lo es aún.

El hecho de que, a lo largo de su historia, muchos de sus funcionarios (desde el nivel de dirección general hasta direcciones de escuelas) fueran artistas e intelectuales ampliamente reconocidos (directores generales como el fundador Carlos Chávez —músico—, Celestino Gorostiza —dramaturgo—, Miguel Bueno —filósofo—, Sergio Galindo —escritor—; de museos como Fernando Gamboa, Helen Escobedo o Teresa del Conde; directores de escuelas como Blas Galindo y Manuel Enríquez en el Conservatorio o José Chávez Morado en Diseño, por no hablar de renombrados artistas que dirigieron las compañías nacionales de teatro y danza, las orquestas y los grupos artísticos) dio al INBA una especial solidez en lo artístico y en lo académico: en sus museos y escenarios se presentó lo mejor del arte producido en México y en el mundo; por sus aulas, como profesores o alumnos, pasaron muchos de los más importantes artistas de este país.

No estuvo, sin embargo, exento de críticas. Se le acusó alternativa, y a veces simultáneamente, de defender un nacionalismo trasnochado o de proponer una “universalidad” que no era más que simple y llano eurocentrismo; de ser demasiado oficialista o de no serlo bastante; de apoyar sólo a aquellos afines al régimen en turno o incluso a los funcionarios en turno; de no escuchar a quienes lo cuestionaban o de ceder (orientaciones, espacios) demasiado rápido ante sus críticos con tal de evitar supuestos escándalos; de desvirtuar el arte al pretender acercarlo demasiado a un pueblo marcado como “inculto” (con experiencias como las galerías populares o las funciones y escuelas para trabajadores) y de querer ser demasiado elitista; se le acusó también de burocratismo, ineficiencia y de dispendios, tanto como se señalaron sus crónicas carencias presupuestales. Es posible que un balance detallado de sus exposiciones y funciones diera cuenta de una pluralidad no sólo aceptable, sino incluso meritoria, sobre todo en ciertos momentos históricos de fuertes debates ideológicos (la Guerra Fría, por ejemplo) o de particular autoritarismo político, donde la censura oficial aparecía amenazante en todos los espacios de la vida pública.

La historia del INBA es también, aunque no toda por supuesto, la historia de las artes de este país desde la segunda mitad del siglo XX. Sus aciertos, sus logros, sus avances, tanto como sus fallas, errores e insuficiencias son parte de la historia institucional de México. Sirva este número como pequeña contribución al análisis crítico de lo que han sido las relaciones entre el Estado mexicano posrevolucionario y el mundo del arte y la cultura.