NÚMERO
40



JULIO
DICIEMBRE
2017

TEXTOS Y CONTEXTOS

Un proyecto muralista en el Yucatán de 1916:
avistamiento del nacionalismo cultural de la posrevolución mexicana

A Muralist Project in the Yucatan of 1916: a Sighting of the Cultural Nationalism of the Mexican Post-Revolution

Resumen

El 20 de noviembre de 1916 el Gobierno Provisional de Yucatán (carrancista) dio a conocer en su prensa oficial un proyecto muralista dentro del Pasaje de la Revolución, monumento que había comenzado a construirse entre la Catedral y el nuevo edificio del Ateneo Peninsular, en plena plaza central de Mérida. Mediante una narrativa lineal de la historia nacional de México, constituye un “avistamiento” en plena época revolucionaria de lo que sería más adelante el nuevo nacionalismo cultural mexicano potenciado por el muralismo a partir de 1921. Asimismo, representó el espíritu colaborativo, revolucionario, entre artistas de la Ciudad de México y artistas locales, interesados en contribuir a la conformación de un arte nacional.


Abstract

On November 20, 1916, the Provisional Government of Yucatan (carrancista) announced in its official press a mural project within the Passage of the Revolution, a monument that had begun to build between the Cathedral and the new Peninsular Atheneum building, in the midst of the Central Square of Merida. As a linear narrative of Mexico's national history, constitutes a "sighting", in the middle of the revolutionary era, of what was to become the new Mexican cultural nationalism promoted by the muralist movement since 1921. It also represented the collaborative, revolutionary spirit existing within artists of the City of Mexico and local artists interested in contributing to the conformation of a national art.



MARCO AURELIO DÍAZ GÜEMEZ / HISTORIADOR Y maestro en arquitectura
trbyuc@gmail.com


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La Revolución mexicana en Yucatán

La aparición de un proyecto muralista en el Yucatán revolucionario de 1916 no fue una extravagancia, si se toma en cuenta el contexto que hizo posible su aparición y discusión en los años más duros de la contienda. En la península, como en todo el país, la Revolución mexicana comenzó a aquilatarse a principios del siglo XX cuando surgieron diversas expresiones de inconformidad social contra el monopolio del poder mantenido por el porfiriato. El principal opositor al gobernador porfirista Olegario Molina Solís fue el periodista y político Delio Moreno Cantón, sobrino de un ex gobernador, que en la elección estatal de 1908 logró congregar en torno suyo a las nuevas asociaciones de obreros, profesionistas y campesinos que buscaban participar en la política. De este movimiento salieron más adelante muchos de los protagonistas locales de la Revolución y la posrevolución.[1]

Las escaramuzas armadas fueron escasas y acotadas en Yucatán tras la llamada a la revuelta el 20 de noviembre de 1910 por parte de Francisco I. Madero. Sin embargo, en Mérida y en las principales poblaciones del estado, como el puerto de Progreso, Motul, Valladolid, etcétera, la actividad política y social pasó a la efervescencia aprovechando los acontecimientos de la Revolución maderista.[2] En 1911, en Mérida se fundaron dos instancias de profundo impacto social y revolucionario: por un lado la Unión de Obreros de la compañía Ferrocarriles Unidos de Yucatán, y por otro la logia masónica Renacimiento, perteneciente al rito escocés antiguo y aceptado. Entre ambas instancias hubo intercambio de miembros y simpatizantes que utilizaron las diversas plataformas de la prensa local para discutir los cambios que, estaban convencidos, iban a llevarse a cabo. Una de las discusiones más importantes fue el aspecto cultural: ¿cómo “integrar” a los campesinos mayas al proyecto revolucionario, reconocer su herencia cultural y, sobre todo, vindicar el pasado prehispánico, cuya arquitectura había emergido en las últimas décadas gracias al trabajo de los arqueólogos viajeros que llegaron a la península durante el siglo XIX? Uno de los animadores más importantes del debate fue el entonces joven arquitecto Manuel Amábilis, recién regresado de París y ansioso de participar en las transformaciones sociales del momento.[3]

La Decena Trágica de 1913 no hizo más que radicalizar a estos grupos de activistas en Yucatán. Por ello, cuando llegó el primer gobernador carrancista en septiembre de 1914, el coronel Eleuterio Ávila, de inmediato muchos de ellos pasaron a formar parte del llamado Gobierno Provisional. Finalmente, en marzo de 1915 llegó como gobernador provisional, acompañado de mayor tropa del Ejército Constitucionalista, el general Salvador Alvarado, quien ocupó el cargo hasta enero de 1918 y logró establecer relaciones políticas sustanciosas con los elementos revolucionarios locales. Por ello, su administración llevó a cabo numerosas transformaciones sociales, siendo varias de ellas pioneras a escala nacional, ya que la “paz social” reinante en casi toda la Península de Yucatán le permitió ensayar un gobierno revolucionario mientras el resto del país pasaba por momentos difíciles debido a las cruentas batallas.

Alvarado se abocó desde un inicio a la organización de las masas e intelectuales simpatizantes de la Revolución. Paralelo a ello emprendió una dilatada transformación de las leyes para garantizar los cambios que se propusieron. Lo mismo intentaba organizar a las familias que rentaban casa y buscaban convertirse en propietarias de sus predios, que animaba la aparición de más asociaciones de obreros y jornaleros tanto en la capital como en el estado. Con tal emprendimiento, en 1916 fundó el Partido Socialista Obrero, que a la postre se convirtió en el Partido Socialista del Sureste en manos de Felipe Carrillo Puerto, gobernador en 1922 y 1923 antes de ser ejecutado por la infidencia delahuertista en 1924. En 1929, este partido fue uno de los fundadores del Partido Nacional Revolucionario; sus cuadros políticos dominaron la escena local y protagonizaron la posrevolución hasta bien entrada la década de 1950.


El Ateneo Peninsular y su nuevo edificio

Una de las asociaciones que más entusiasmó a Alvarado fue la conformación del Ateneo Peninsular en pleno 1915, integrado por diversos intelectuales que destacaban desde 1911 y ahora aparecían como colaboradores o simpatizantes del gobierno provisional. Esta asociación se propuso generar un espacio de encuentro y discusión sobre las artes, formar nuevos creadores y, sobre todo, erigirse como “una sociedad de artistas que procure estimular el arte nacional para procurar su formación definitiva y su orientación hacia los más altos ideales de la humanidad”.[4]



Fachada del Ateneo Peninsular, plaza central de Mérida. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.


La primera iniciativa del Ateneo Peninsular fue la apertura de la Escuela de Bellas Artes, que se concretó en febrero de 1916. El diseño del plan de estudios quedó a cargo de su primer director, José del Pozo,[5] en colaboración con varios miembros y adherentes del Ateneo, como Manuel Amábilis. La escuela se caracterizó por llevar a la pintura, escultura y dibujo el mundo maya yucateco. El propio Del Pozo señaló en la prensa oficial la importancia de reivindicar el pasado y presente de los mayas, porque le parecía que la cultura en Yucatán estaba “llamada a ser de las que más contribuyan al desenvolvimiento de nuestro Arte Nacional”.[6] Ese mismo año de 1916, la Escuela de Bellas Artes ocupó el remozado edificio del Ateneo Peninsular, a un costado de la Catedral, en plena plaza central de la ciudad de Mérida.

El inmueble había sido el palacio de los obispos desde la época colonial. Salvador Alvarado lo incautó junto con la Catedral en junio de 1915, lo que provocó la protesta de un grupo connotado de católicos; en septiembre del mismo año, un contingente de obreros del puerto de Progreso vandalizó el interior del templo y destruyó por completo el altar. Fue entonces cuando el gobierno provisional dio a conocer la transformación arquitectónica del Palacio Arzobispal a cargo del director de Obras Públicas, Manuel Amábilis.[7] Su propuesta de fachada e interiores se basó en un diseño “renacentista” de tratado. Aunque se pensó que el edificio iba a ser entregado a alguna escuela de normalistas, especialmente de mujeres, finalmente Alvarado lo asignó al Ateneo Peninsular, por lo que este nombre pasó a ser inscrito en la fachada principal.

La transformación del edificio implicó la aparición de un callejón entre éste y la Catedral, ya que fueron demolidas las construcciones accesorias que conectaban a ambos recintos. En 1916, retirado Amábilis de la construcción, Alvarado encargó al ingeniero italiano Santiago Piconni, quien había llegado a Mérida en octubre de 1915, la conclusión de las obras y la construcción sobre el callejón del Pasaje de la Revolución de un conjunto cívico comercial con dos arcos del triunfo, uno en cada entrada o bocacalle, provisto de una techumbre acristalada a lo largo de todo el callejón, al estilo de la Galería Víctor Manuel II de Milán,[8] y por supuesto, pinturas murales.



Arco del triunfo de entrada al Pasaje de la Revolución, ubicado entre la Catedral y el Ateneo Peninsular, reconstruido en 2001. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.



Arco del triunfo posterior del Pasaje de la Revolución, reconstruido en 2001. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.


Proyecto muralista en el Pasaje de la Revolución

El general Salvador Alvarado trató de consolidar en el conjunto Ateneo Peninsular-Pasaje de la Revolución una muestra de la transformación social que había emprendido junto con los elementos revolucionarios de Yucatán, de modo que fuese ejemplo y guía para el resto del país. El ingeniero Piconni entendió a cabalidad los deseos del gobernador provisional, por ello, el 20 de noviembre de 1916 dio a conocer en la prensa oficial detalles del diseño que correspondía al Pasaje de la Revolución.[9] En primer lugar resaltó el carácter de los dos arcos del triunfo: el primero, junto a la fachada del Ateneo, con un diseño igual de “renacentista”; el segundo, en la parte trasera, de diseño “compósito”. Ambos arcos tenían la misma altura del edificio del Ateneo, unos doce metros, y un ancho de nueve en la fachada y de trece metros en el muro posterior.

Al interior del Pasaje, de acuerdo con las intenciones de Alvarado y Piconni, habría de desarrollarse una actividad comercial propia de un lugar de su tipo. En este sentido, el ingeniero recomendó en su informe preliminar a la construcción, que entregó al Departamento de Comunicaciones y Obras Públicas del Gobierno Provisional, que teniendo el Pasaje dos fachadas interiores, una sobre la Catedral y otra sobre el Ateneo Peninsular se abrieran 19 departamentos o locales, dos de los cuales cedería el gobierno a oficinas de correos y telégrafos, y una entrada central hacia el teatro al aire libre a ubicarse en uno de los dos patios del Ateneo. Propuso una zona de estanquillos coronada con un conjunto de 19 pinturas murales del lado de la Catedral:

habrá diez y nueve anaqueles propios para poner puestos de libros, de joyas, de cigarros, de refrescos, etc., etc. Estos anaqueles serán todos de cedro, sujetos a un tipo común del mismo tamaño y cubiertos de espejos, de manera que va a presentar un hermosísimo golpe de vista. Entre anaquel y anaquel habrá un gran jarrón, con una bonita planta de salón y sobre los anaqueles, diez y nueve pinturas que representarán los principales pasajes de la Historia de México. Para la pintura de estos cuadros, el Gobierno del Estado ha proyectado abrir un concurso entre los mejores artistas del país, a fin de obtener el mejor trabajo posible.[10]

Sin embargo, Piconni se adelantó y dio a conocer al menos doce pasajes históricos que serían ideales para ser representados en los 19 murales:

Aún no sabemos el motivo de todos los cuadros; pero sí podemos decir que el del centro será un gran escudo nacional: y entre los motivos de los demás, podemos decir que se ha pensado en los siguientes pasajes históricos: Cristóbal Colón desembarcando en la Isla de San Salvador; la fundación de Mérida; Nachi Cocom; Xicotencal ante el Senado de Tlaxcala; Cuauhtémoc asaltando el Palacio de los españoles el día que hirió al degenerado monarca Moctezuma Xocoyotzin, que desde las azoteas del palacio trataba de calmar a las multitudes sublevadas; Suplicio de Cuauhtemoc; El Grito de Independencia dado por el padre Hidalgo en el curato de Dolores; el perdón de don Nicolás Bravo a los trescientos prisioneros españoles, a quienes debían fusilar en venganza del asesinato de su padre; un cuadro con los principales héroes de la guerra de Independencia; la batalla del Cinco de Mayo en Puebla; el fusilamiento del iluso archiduque Maximiliano de Habsburgo, y de los traidores Miramón y Mejía; y algunos pasajes de la Revolución Social, entre los que figurará en primer término el paso del Presidente mártir don Francisco I. Madero, del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional, por la Avenida que hoy lleva su nombre, el día de la sublevación de la Ciudadela.[11]



Interior del Pasaje de la Revolución con vista hacia el arco posterior; de lado izquierdo, la pared contigua a la Catedral donde habría de realizarse el proyecto muralista; en la parte baja habrían quedado los locales comerciales, y los murales en la parte alta, donde se ven los vanos reabiertos de la Catedral. La techumbre actual fue puesta en 2011. Foto: MArco Aurelio Díaz Güemez, 2017.


Avistamiento del nacionalismo cultural posrevolucionario

Tal como está descrito, este proyecto mural puede ser considerado un avistamiento del nacionalismo cultural posrevolucionario de México. En primer lugar, evidencia una discusión sobre la conformación del nacionalismo mexicano a través de reformular la historia, tal como se venía discutiendo desde el siglo XIX. En este caso, vemos cómo los “principales” acontecimientos de la Conquista, la Independencia y hasta la reciente Revolución trataban de ser encuadrados dentro de la lógica de un país que fue conquistado pero luego independizado para buscar su lugar en el mundo.

También llama la atención la inclusión en la propuesta de dos murales con temas locales o yucatecos: la fundación de Mérida y Nachi Cocom, el último jefe maya que intentó detener la conquista española. Esto, sin duda, tiene que ver con el entusiasmo con que los revolucionarios locales veían a su historia vernácula. No en balde, diez años antes, en 1906 durante la visita de Porfirio Díaz, se presentó un desfile en el que también dividían la historia local en prehispánica, Conquista, Independencia y contemporánea.[12] Sumadas estas dos tradiciones en el proyecto, la principal perspectiva que se deseaba establecer era, además del nacionalismo, el reconocimiento de la Revolución como fenómeno histórico relevante, determinante y hasta conclusivo. Es decir, como un fenómeno que pondría cierre histórico definitivo a los conflictos para dar paso a un tiempo, el posrevolucionario, donde habrían de llevarse a cabo los ideales por los que se combatieron.

En segundo lugar, cabe considerar la coyuntura artística que hizo posible el planteamiento de un proyecto muralista de este calibre. Por un lado, los constructores Amábilis y Piconni, ambos con formación europea, capaces de manejar la arquitectura de tratado; por otro lado, la presencia en la Escuela de Bellas Artes de José del Pozo, Miguel Ángel Fernández y Leopoldo Quijano, que venían de la Academia de San Carlos de la Ciudad de México, y que en el caso de los dos primeros fueron participantes en la famosa huelga de 1914 en dicha institución.[13] En este sentido, la Escuela de Bellas Artes dio cauce a una discusión revolucionaria y nacionalista sobre la función del arte desde su apertura en febrero de 1916. Ahí, en esos meses, se fundieron las visiones de los maestros de la Ciudad de México con los maestros locales, lo que incidió en el proyecto. A final de cuentas, el conjunto del Ateneo Peninsular, el Pasaje de la Revolución y el inconcluso proyecto muralista de su interior constituyeron un ejemplo revolucionario sobre el nuevo papel público del arte, que daría ejemplo y muestra en la calle de su respectiva transformación y del advenimiento de la transformación revolucionaria de la sociedad.


Cancelación del proyecto muralista del Pasaje de la Revolución

El proyecto muralista presentado por el ingeniero Piconni nunca se llevó a cabo, de hecho jamás iniciaron los trabajos de preparación de las áreas a pintar, salvo la conclusión de los detalles de la parte interior de la fachada. El primer factor que impidió realizarlo fue probablemente el costo que tuvo el Pasaje de la Revolución, especialmente su techumbre, cuyos cristales fueron importados en 1917, al final del Gobierno Provisional de Alvarado. En este mismo año, la primera elección estatal posrevolucionaria luego de la promulgación de la Constitución del 5 de febrero fue ganada por el Partido Socialista Obrero. Carlos Castro Morales, surgido del sindicalismo ferrocarrilero, se convirtió en el “primer gobernador obrero” de Yucatán. Fue este gobernador socialista quien inauguró el Pasaje de la Revolución el 5 de mayo de 1918, con su proyecto muralista y proyecto comercial aún por realizarse.[14] El evento fue munificente: Castro fue acompañado por una señorita que ganó un concurso de belleza patrocinado por el periódico La Voz de la Revolución; también estuvo la plana mayor del Partido Socialista, en especial Felipe Carrillo Puerto. Otro personaje relevante que asisitió fue Manuel Amábilis; además, dentro del edificio del Ateneo Peninsular se realizó una exposición de dos aventajados alumnos de la Escuela de Bellas Artes: Leopoldo Tomassi y Víctor Montalvo.

La parte más aplaudida de la inauguración fue el discurso del poeta Antonio Mediz Bolio (autor de La Tierra del Faisán y el Venado, publicado en 1922 en Buenos Aires, con introducción de Alfonso Reyes). En su alocución consideró al Ateneo Peninsular y el Pasaje de la Revolución como “fundamentalmente, no una mejora material sino una poderosa y fuerte obra espiritual. Es el alma del tiempo nuevo quien la ha creado”, para que se “diga cómo las fuerzas emancipadas del pueblo han podido construir aquí un templo para las cosas del alma”.[15] Asimismo, defendió el papel del general Alvarado en la realización de esta “mejora material”.

Hasta este momento la idea de los murales seguía en pie. Así lo señaló, de nuevo, el propio Piconni y el concesionario de los locales comerciales, Ricardo Troyo.[16] Sin embargo, ninguno de los dos se refirió específicamente a la temática de los murales ni se volvió a mencionar el carácter nacionalista del proyecto original. Troyo dijo que los murales se iban a pintar más adelante para que “hagan más elegante el lugar”, pero tampoco había construido los estanquillos, cuyo diseño aún presumía Piconni.

En 1920, el edificio del Ateneo sufrió un espectacular incendio. Al año siguiente se propuso que fuese la sede de la Universidad Nacional del Sureste, que en noviembre de 1921 discutieron Felipe Carrillo Puerto y José Vasconcelos.[17] Luego de estos sucesos, el conjunto fue olvidado por las autoridades locales, mientras su propiedad permaneció en manos federales. A principios de la década de 1940 prácticamente había sido desmantelada la techumbre de cristal, lo que dio paso a la demolición de los arcos del triunfo. El Pasaje acabó convertido en un paradero de camiones; estuvo así hasta finales de la década de 1970.

En 1994, tras una remodelación, fue inaugurado el “Museo de Arte Contemporáneo Ateneo Peninsular”. En 2001 fueron reconstruidos los dos arcos del triunfo del Pasaje de la Revolución. Diez años después, en 2011, fue reconstruida la techumbre con materiales más modernos, convirtiendo al Pasaje en un espacio escultórico del museo. Sin embargo, en aquella pared donde habrían de ir los murales quedaron los vanos reabiertos de la Catedral, hechos probablemente a mediados del siglo pasado. Así, aquel ambicioso proyecto muralista quedó disuelto tanto en el abandono como después en las remodelaciones del conjunto arquitectónico.


Conclusiones

El proyecto muralista nacionalista del Gobierno Provisional de Salvador Alvarado constituye no sólo un avistamiento de lo que después se desarrolló en el muralismo mexicano a partir de 1920 en el centro del país. Fue y es también un modelo o muestra de trabajo colectivo artístico, liderado por un gobernante militar, un caudillo que pretendió hacer su aporte respectivo a la conformación de un arte nacionalista.

A partir de 1918, el arte monumental en el espacio urbano de Mérida caracterizó buena parte del trabajo cultural y artístico de la posrevolución socialista de Yucatán.[18] De modo que la discusión sobre el muralismo pasó a un segundo plano entre los artistas e intelectuales asentados en la ciudad capital. Felipe Carrillo Puerto y Salvador Alvarado se confrontaron a principios de la década de 1920 sobre quién debía ocupar el cargo de gobernador para el periodo 1922-1926; esto sin duda selló el destino del Ateneo y el Pasaje. No sería hasta la década de 1970 cuando Fernando Castro Pacheco realizó en el Palacio del Gobierno del Estado, en la contraesquina de la Catedral, un conjunto de murales que siguen una narrativa lineal de la historia pero abordando sólo temas del lado regional.

El proyecto muralista del Pasaje de la Revolución revela que la construcción del arte nacionalista fue un acontecimiento que siguió la huella de los ejércitos revolucionarios que lograron comprometer a las bases sociales locales en este quehacer cultural, teniendo como apoyo elementos y personajes provenientes de la tradición artística de la Ciudad de México. Esta iniciativa pasó al olvido en el momento que se distanciaron los dos grandes caudillos en Yucatán, el foráneo Alvarado y el local Carrillo Puerto, lo que dio pie a la cancelación de los murales propuestos.



Semblanza del autor

Marco Aurelio Díaz Güemez. Investigador y docente responsable del Centro de Investigación en Artes Visuales (CINAV) de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Doctor en historia por el CIESAS Peninsular (2014) y maestro en arquitectura por la Universidad Autónoma de Yucatán (2007). Editor de la revistaAV Investigación (avinvestigacion.com). Autor del libro El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956) (UADY-ProHispen-CEPSAS, 2016). Es miembro nivel C del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt.


Recibido: 7 de abril de 2017.
Aceptado: 4 de mayo de 2017.

Palabras clave
Yucatán, historia, Mérida, Revolución, muralismo.

Keywords
Yucatán, history, Mérida, revolution, muralism.

 

[1] Jaime Orosa Díaz, Breve Historia de Yucatán, Mérida, Universidad de Yucatán, 1981, pp. 167-240.

[2] Idem.

[3] Marco Aurelio Díaz Güemez, El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956), Mérida, UADY-ProHispen-CEPSA, 2016, pp. 70-79.

[4] “Cristalización de una hermosa idea”, La Voz de la Revolución (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 18 de octubre de 1915.

[5] “Bajo los auspicios del Ateneo Peninsular crea el Ejecutivo la Escuela de Bellas Artes”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 26 de enero de 1916.

[6] José del Pozo, “La Escuela de Bellas Artes. Su significación”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 28 de enero de 1916.

[7] “Reformas al Palacio Arzobispal”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 16 de septiembre de 1915..

[8] “Pasaje de la Revolución”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 20 de noviembre de 1915.

[9] Idem.

[10] Idem.

[11] Idem.

[12] Álbum de la visita del Gral. Porfirio Díaz a Yucatán, Mérida, Talleres de la Compañía Tipográfica Yucateca, 1906.

[13] Eduardo Urzáiz, Enciclopedia Yucatanense, “Historia del dibujo, la pintura y la escultura”, Mérida, Gobierno del Estado de Yucatán, 1977-1981, vol. IV, pp. 652 y 653.

[14] “Inauguróse ayer solemnemente el Pasaje de la Revolución”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 6 de mayo de 1918.

[15] Idem.

[16]  “Lo que es y representa el Pasaje de la Revolución”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), 6 de mayo de 1918.

[17] Fue abierta en febrero de 1922 en un antiguo colegio jesuita, a tres cuadras de la plaza central de Mérida.

[18] Al respecto, véase Marco Aurelio Díaz Güemez, El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956), op. cit.