NÚMERO
43



ENERO
JUNIO
2019

TEXTOS Y CONTEXTOS

Arte que abraza y acompaña. Ludoteca Ayotzinapa

Art that Embraces and Accompanies. Ayotzinapa Playroom

Resumen

Durante los primeros meses tras la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, sus familiares más jóvenes requerían de un acompañamiento amoroso para recuperar la confianza y su capacidad de divertirse, así como para contraponerse a la desolación que provoca el terror de Estado. Era necesario acercarles arte, creatividad y juego como un acto de liberación que les permitiera compartir con otras personas lo que les pasó y lo que estaban sintiendo, apoyándoles a reconocer sus emociones en un entorno compartido. Esta experiencia exploró el uso del arte, los rituales colectivos y la participación comunitaria como elementos para la reconstrucción del mundo social, la confianza y los lazos a través de la creación de la Ludoteca Ayotzinapa para niñas y niños.


Abstract

During the first months that followed the enforced disappearance of the 43 students of Ayotzinapa, their youngest relatives required a loving accompaniment to recover their self-confidence and the ability to have fun, as well as to deal with the desolation caused by State terror. It was necessary to bring them art, creativity and play as an act of liberation, enabling them to share with others what had happened to them and what they were feeling, supporting them to recognize their emotions in a shared environment. This experience explored the use of art, collective rituals, and community participation, for the reconstruction of the social world, the trust and social ties broken by State violence, through the creation of the Ayotzinapa Playroom for boys and girls.



Aracelia Guerrero Rodríguez
directora de escena, artista y pedagoga
atraccionesmeteoro@gmail.com


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Lo único que se contrapone a la crueldad es la belleza.

El odio no nos salvará, solo nos salvará el amor.

Svetlana Alexevich.


Para Rufy, Obe, Violeta y Nayibe.

Lo sucedido la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, Guerrero, es una descarnada muestra de la corrupción y los lazos que sostienen al narco-Estado mexicano. El brutal ataque orquestado por policías municipales, estatales, federales y miembros del Ejército Mexicano en contubernio con células del crimen organizado dejó un saldo de 180 víctimas directas, seis personas ejecutadas extrajudicialmente, ochenta personas perseguidas, más de cuarenta personas heridas y 43 estudiantes normalistas detenidos y desaparecidos forzadamente. Todo esto sucedió bajo el gobierno de Enrique Peña Nieto. [1]


Tortugitas. Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.


Algunos de estos jóvenes estudiantes desaparecidos tienen hijas, hijos, sobrinas, hermanos pequeños. ¿Qué pasa con estas niñas y niños al sufrir un golpe de tal magnitud? La desaparición forzada es un crimen perpetuo que mantiene un dolor suspendido en el tiempo. Las heridas que provoca se alojan en la memoria y en el alma; de manera violenta, abrupta e inmoral, arranca la inocencia de los más jóvenes y les muestra un mundo donde sucede lo que jamás debería suceder. Contrario a lo que pudieron haber pensado, descubren que sus padres, hermanos, tíos, fueron desaparecidos por aquellos que se supone debían cuidarlos.


Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Nayibe Castelo.


Para los niños y niñas de Ayotzinapa la desaparición de sus familiares hizo que su vida, de la noche a la mañana, diera un giro ante un hecho imposible de ser ocultado ante la cobertura mediática y la enorme movilización social. En pocas semanas aprendieron a gritar consignas, a marchar y a saber que fue el Estado, encarnado en el perverso sistema político criminal mexicano, el que desapareció a sus seres queridos. Después de la terrible noticia, la atención y energía de los adultos se centró en la búsqueda de los desaparecidos, en la exigencia de justicia; mientras tanto, niñas y niños quedaban en vacíos momentáneos. No les hacía falta amor, sus familias han demostrado que el inmenso cariño por sus seres queridos ha sido capaz de poner en jaque a todo un sistema político, lo que a esas niñas y niños les hacía falta era atención y contención, un acompañamiento específico que les brindara un espacio de expresión y liberación.


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. 


Existen diversas formas de emprender un trabajo artístico con enfoque social en situaciones de emergencia. Las prácticas artísticas en circunstancias de alta vulnerabilidad deben promover procesos de inclusión a partir de la acción y expresión, con la prioridad de dar voz a la comunidad lastimada. Acciones aparentemente simples como mirarse a los ojos, hablar, jugar y compartir se vuelven complejas después de un acontecimiento violento, que entre otros males siembra una enorme desconfianza. Tras la situación de emergencia social vivida en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa se realizó una propuesta que se fundamentó en la activación y dinamización de procesos colaborativos, de pequeñas y significativas acciones que recuperaron algunas de las dinámicas sociales rotas por el acontecimiento trágico. Estas acciones lúdicas, artísticas y pedagógicas centradas en las relaciones y vivencia comunitaria, abrieron un espacio para articular un modelo de trabajo que se unió a la lucha a través de una propuesta desde el punto de vista psicosocial: “el proceso de acompañamiento individual, familiar o comunitario orientado a hacer frente a las consecuencias del impacto traumático de las violaciones de derechos humanos y a promover el bienestar, apoyo emocional y social a las víctimas, estimulando el desarrollo de sus capacidades”. Se llama atención psicosocial, más que psicológica, porque desvincula el impacto individual de una perspectiva social dado el carácter político de las violaciones de derechos humanos.[2]


Muro de la Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.


Las herramientas del arte comunitario aplicadas para la intervención social realizada en Ayotzinapa no se realizaron desde la función simbólica del arte, sino desde su utilidad y capacidad de generar cambio, acompañar y aportar respuestas. Acorde a lo que Joseph Beuys postula, el arte comunitario es aquel donde todos los participantes son igualmente artistas y creadores, lo que potencia sus capacidades transformativas, alentado por las experiencias compartidas para lograr y provocar procesos de inclusión y resiliencia. [3] Este término que las ciencias sociales incorporaron hacia finales del siglo pasado describe la capacidad de las personas de tener un desarrollo psicológico sano a pesar de vivir en contextos de alto riesgo, violencia o situaciones de estrés prolongado. Si bien la resiliencia ha sido investigada de manera relativamente reciente no es una característica nueva en los seres humanos: las comunidades la han desarrollado a partir de importantes mecanismos de organización y resistencia. Boris Cyrulnik, nacido en Burdeos en 1937, padre de la etología y uno de los más luminosos filósofos que han trabajado con el término resiliencia y llevado a la práctica con niñas y niños, que al igual que él, sobrevivieron guerras y exterminios, señala que este término se explica en tres planos principales: la adquisición de recursos internos para reaccionar ante las agresiones de la vida, la comprensión de la estructura de la agresión que explica los daños provocados con la significación que el golpe adquiere tanto en la historia personal como en el contexto familiar y social, y por último la posibilidad de regresar a los sitios donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone alrededor de la persona herida. Destaca también que disponer lugares de creación, palabras y aprendizajes sociales consigue metamorfosear los sufrimientos y realizar, pese a todo, una obra humana. Señala también que si la cultura hace callar a las víctimas les añade una agresión más, y si la sociedad les abandona, entonces los que han recibido un trauma conocerán un destino carente de esperanza.[4]


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Aracelia Guerrero. 


El acompañamiento en la comunidad de Ayotzinapa se realizó en un espacio que fungió como intermediario y facilitador del proceso con el objetivo de impulsar la participación para la expresión. Esta actividad, llevada a cabo dentro de la lógica de un movimiento social y político de las dimensiones del de Ayotzinapa, se hizo de manera totalmente solidaria: no había plan preestablecido, ni protocolos externos que acotaran la ayuda o insistieran en medir los beneficios para considerar si era pertinente o no; tampoco hubo reservas ante la participación y apoyo de las acciones políticas en el movimiento. Se trabajó en total libertad y con respeto, se pusieron al servicio del proyecto los sentidos y la experiencia previa para proveer de lo necesario en esos momentos, teniendo siempre como prioridad el bienestar de las niñas y niños, así como apoyar en la búsqueda de la verdad y la justicia. Esta acción de acompañamiento a través del arte esencialmente activista, combativo y crítico del poder surgió justamente por omisiones y obras directas del Estado en contra de una comunidad. La artista colombiana Miriam Londoño señala al respecto de la intervención desde lo institucional:

En muchos casos, las propuestas promovidas desde los ámbitos institucionales pueden intentar imponer un discurso “reconciliador” para anular el poder político y transformativo de las prácticas comunitarias. Es pertinente preguntarse hasta qué punto las propuestas artísticas promovidas desde los ámbitos institucionales implican una imposición de valores, terminologías y discursos, con la consecuente anulación del poder político y transformativo de las prácticas comunitarias.[5]


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Nayibe Castelo. 


El juego en tiempos de lucha

En 2014 cinco mujeres provenientes de diferentes estados de la República Mexicana: Guerrero, Chihuahua, Hidalgo, Estado de México y Ciudad de México, llegaron a Tixtla, Guerrero, cada una por su cuenta, impulsadas por la indignación y la rabia, para sumarse a la lucha por la búsqueda de verdad y justicia para los 43 estudiantes normalistas desaparecidos. Una abogada, una cantante de hip hop, una pedagoga, una estudiante de ciencias políticas y una directora de teatro, tras varias semanas de convivencia y aprendizaje en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos se propusieron, además de participar de manera activa en la lucha, estar cerca de las niñas y niños, defender su alegría a través del juego; resistir creativamente con las artes tomando en cuenta sus circunstancias.[6] Para lograrlo solicitaron al H. Comité Ricardo Flores Magón de la Normal un espacio donde se pudieran realizar actividades artísticas, lúdicas y recreativas. El Comité, sensible ante las circunstancias, aunque dudoso de la efectividad de un lugar “para jugar”, accedió a que se acondicionara un espacio, otorgándoles el beneficio de la duda. El espacio, nombrado Ludoteca Ayotzinapa, [7] poco a poco se fue llenando de materiales de trabajo como juegos, juguetes, libros, papelería, hilos, pinturas, etcétera, que llegaron de muchos lugares gracias a la solidaridad de escuelas, organizaciones y personas conscientes de la importancia de acompañar a la niñez en situaciones de alta vulnerabilidad.


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.


Las ludotecas atienden diferentes necesidades según los intereses y el contexto sociocultural de las comunidades y son una expresión del derecho fundamental que tienen niñas y niños al juego. No sólo ofrecen juguetes, también facilitan las relaciones sociales, proporcionan un medio de desarrollo integral y aportan posibilidades para divertirse, convivir y expresar; además de propiciar espacios de interacción y experiencias prácticas entre adultos y jóvenes. Son espacios que estimulan y atienden las necesidades recreativas e intereses lúdicos individuales, colectivos y de la comunidad.[8] Gracias a la presencia constante, durante más de dos años la Ludoteca Ayotzinapa llegó a convertirse en un entrañable sitio de escucha y acompañamiento donde se convivió con madres, estudiantes, padres, todas aquellas personas que se atrevían a jugar y compartir un espacio coordinado por mujeres, lo que rompía profundos prejuicios arraigados como que los hombres no juegan o que el juego o la convivencia son una pérdida de tiempo.


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Nayibe Castelo.


Aunque en un inicio la propuesta surgió con el objetivo de atender a la niñez de Ayotzinapa, afectada por las desapariciones forzadas, conforme pasó el tiempo y la confianza se fue ganando, el espacio pasó a ser, además de una ludoteca comunitaria que respondió a la emergencia en la medida en que el juego sirve como medio de acercamiento y distensión, un lugar de experimentación académica, análisis de contenidos, realización de materiales e ideas creativas para la aplicación en prácticas docentes de los alumnos, así como de apasionados debates sobre educación acerca de las teorías de Piaget, Huizinga, Vigotski y Montessori, entre otros. Niñas y niños provenientes de los alrededores de la Normal, o familiares de trabajadores de la escuela acudían diariamente y hacían sus tareas junto con los estudiantes normalistas; las maestras y maestros o cualquiera persona que haya estado frente a un grupo sabe lo complejo e importante de los primeros acercamientos; en la ludoteca estos encuentros eran parte de lo cotidiano y enriquecían el potencial del espacio. Supimos gracias a compañeras y compañeros de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, que también visitaban la ludoteca cuando estaban en Ayotzinapa por una comisión o por convicción, que ninguna normal rural tenía un espacio semejante, lo que también abrió una interesante posibilidad de réplica y posibilidades de desarrollo desde el enfoque académico y educativo.


Familia. Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Ana Patricxia Yáñez.


Una tarea fundamental fue procurar un ambiente propicio para el encuentro e intercambio de experiencias entre mujeres y hombres, niños y niñas combativos, entre el saber campesino y el saber indígena con el saber académico de jóvenes normalistas, lo que dio lugar a la compartición de saberes adquiridos en la práctica.


Normalistas jugando. Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.


Lo educativo es profundamente político: implica el reconocimiento de situaciones de injusticia, opresión y colonización; los estudiantes normalistas han sido históricamente atacados por el Estado por el gran peso social que tienen y los procesos de concientización que pueden ejercer en las comunidades a las que saldrán a dar clases. Sin embargo, el modelo educativo que impera incluso en esta escuela de lucha, y que luego los estudiantes aplican en las aulas, va contra el individuo: le obliga a competir, reduce a puntos la capacidad de una persona y obliga a adquirir conocimientos que no necesariamente están acordes con su realidad, entorno y cultura; un sistema que no está hecho para educar sino para controlar, anular y condicionar.


Coque. Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Tryno Maldonado.


La experiencia vivida a partir de la intervención en Ayotzinapa aportó un interesante espacio para la reflexión de las propuestas inspiradas en la pedagogía de la liberación de Paulo Freire, lo que dio un claro carácter político al problema educativo. Bajo su filosofía, la educación liberadora es un proceso de renovación de la condición social del individuo, un ser pensante y crítico que reflexiona la realidad que vive. Pensar en un modelo de educación que parta de lo humano y ponga atención en las personas, que reconozca y respete las diferencias, sería un cambio de paradigma en la educación normalista, una educación libertaria al interior de las aulas.[9]


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Aracelia Guerrero.


¡Porque no nos van a robar la alegría!

Por más cotidiana que pudiese llegar a ser la presencia de las niñas y niños en la escuela, verles jugar entre las emblemáticas bancas de la cancha o en los salones de clase de la Normal (en esos días en paro y en pie de lucha), o dejar poemas y regalos hechos con sus propias manos en las paletas de las bancas, fue siempre una poderosa imagen porque representaba la esperanza en su forma más transparente, auténtica y amorosa; también porque era una continua irrupción en un espacio con un enorme peso simbólico en el que sólo ellos podían jugar. Ahora también era su escuela, donde esperaban el regreso de su familiar desaparecido y de sus compañeros, donde recibían formación política de manera práctica, aprendiendo a partir de la acción y también de la escucha porque acompañaban a sus familiares a reuniones y acudían a las asambleas. Políticamente hablando, comprendían la situación. Muchos dibujos reflejaban su postura política, sus reclamos; otros contenían tanto el sufrimiento por la ausencia de su ser querido como el señalamiento claro del que provoca ese dolor. Para ellos también era importante participar en las actividades de lucha, acudir a marchas, gritar consignas, realizar carteles o pancartas.


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Aracelia Guerrero.


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Aracelia Guerrero.


Niñas y niños utilizaron la pintura, el teatro, la música, el baile, las tradiciones y la escritura para expresar cuánto quieren y extrañan a sus seres queridos, y para hablar de su profundo enojo, dolor y frustración. Además de las importantes experiencias que aportaron tanto el arte como el juego en el acompañamiento, también ayudaron a hablar con verdad y, en alguna medida, quitar cierto peso a los ataques continuos por parte del Estado. Muchas fueron las actividades realizadas, no sólo al interior de la ludoteca. Cada acto de creación y cada espacio era aprovechado y representaba un profundo acto de amor; los 43 estudiantes ausentes estaban siempre presentes en las actividades de esas niñas y niños.


Pintando. Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Ana Patricia Yáñez.


Como es bien sabido, el gobierno mexicano lanzó como estrategia desesperada para tratar de cerrar el caso una versión sin sustento científico, ni pruebas fidedignas, que sostenía que los 43 estudiantes habían sido incinerados en el basurero de Cocula; versión que ya ha sido desacreditada por diversos organismos como el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y un Tribunal Colegiado con sede en Tamaulipas. El impacto de aquella narración del infame Murillo Karam, entonces procurador general de la República fue muy fuerte para todas las personas, y por supuesto para los niños y niñas. Durante el proceso de acompañamiento y lucha quedó claro, entra otras tantas cosas, que no debe haber culpa por estar enojados o tristes, así como tampoco por sentir alegría. La rabia no se va porque la justicia aún no llega, hay que buscar sacarla de adentro, colocarla en el lugar que corresponde, alzar la voz. Las personas que han sufrido los ataques del Estado tampoco deben sentirse culpables por no perdonar a los perpetradores.


Foto: Emily Pederson.


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Aracelia Guerrero.


Una de las varias actividades realizadas fue participar en los #43FOROSX43, organizados por el Plantón por 43 Detenidos-Desaparecidos y Todos los Presos y Procesados Políticos del País, ubicado sobre el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México frente a las oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR, actualmente ese edificio ya no alberga a dicha dependencia). El tema fue A las niñas y niños también les hacen falta los desaparecidos. Ahí, frente al sitio donde se construyó aquella infame mentira histórica (la supuesta verdad que el Estado sigue tratando de defender), niñas y niños hablaron de su experiencia, su vivencia a partir de las desapariciones y exigieron justicia. Ese día volaron papalotes con los rostros de los 43 desaparecidos, realizados por el maestro Francisco Toledo, anteponiendo a la crueldad y vileza por parte del Estado la belleza de su alegría, su dignidad y fortaleza.



Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.


Es cierto que a pesar de todo la vida sigue, y esto sólo es posible porque los ausentes están siempre presentes, no únicamente en los corazones, sino también en la calle, en la lucha, en el juego y en las celebraciones. Ángel, uno de los niños más emblemáticos de la lucha tuvo otro cumpleaños sin su papá, y esta vez pidió dos piñatas: una con la figura de un policía federal y la otra de soldado, para romperlas junto con sus invitados en una peculiar fiesta, donde además se podía escuchar La Feria de Cepillín, seguida del Himno Venceremos. “Les dejo al federal”, les dijo a sus invitados, “yo le doy al soldado”. Con esto, Ángel sublimó el enojo y lo compartió en un acto en comunidad; una conmovedora y poderosa experiencia que confirma el peso y valor simbólico de las acciones dentro de un contexto aparentemente cotidiano.



Listos para la fiesta de Ángel, hijo de uno de los normalistas desaparecidos. Foto: Tryno Maldonado.



Frente a la Procuraduría General de la República, Ciudad de México. Foto: Tryno Maldonado.

Conclusiones

La Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos es un lugar generoso e inagotable, complejo en su enorme dimensión humana, social, política e histórica. Un territorio fértil donde confluyen educación, infancia y lucha. Con las niñas y niños de Ayotzinapa aprendimos a resistir con las artes como camino para la sanación, a defender la rabia con alegría y también que la búsqueda de justicia y verdad dignifica aún más cuando se hace del lado de la infancia. Estas niñas y niños se volvieron luchadores sociales sin proponérselo y aprendieron a alzar la voz, lo que provocó una catarsis que alimentó su rebeldía y mantiene viva su esperanza. No son víctimas, ni seres incompletos; han sabido sobreponerse al dolor porque eligieron resistir en lugar de desistir. Por eso también salen a las calles a exigir justicia.



Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017. Foto: Aracelia Guerrero.



Normalista y teatrito. Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.


El arte puede convertir el dolor en esperanza y la contrariedad en motor. La creación de espacios para propiciar el diálogo y el intercambio de información rompen el aislamiento y propician la comunicación horizontal. La resistencia hecha de forma creativa combate la desolación que provocan las injusticias, los crímenes de Estado; la mejor forma de existir en un mundo tan violento y corrupto es acompañándonos, y para darse cuenta de ello no hace falta ser artista, basta con ser humano. Ser feliz es realmente un acto subversivo, y para lograrlo es necesario rebelarse, incluso al interior de la rebeldía.

¡Verdad y justicia para los miles y miles de desaparecidos en México!


Ludoteca Ayotzinapa, 2015-2017.



Familia de Joshi. Foto: Tryno Maldonado.


 



43 papalotes en Reforma. Foto: Tryno Maldonado.




Semblanza de la autora

Aracelia Guerrero Rodríguez. Estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus obras como directora de escena muestran interés en realizar un teatro joven que aborde temas humanos desde la perspectiva de una dramaturgia y lenguajes teatrales contemporáneos. A partir de 2008 empezó su exploración en la aplicación práctica del teatro en circunstancias de emergencia social y violencia. Ha desarrollado proyectos artísticos pedagógicos en diversos contextos: niñez en abandono, sobrevivientes de violencia de Estado y marginalidad social, entre otros.



Recibido: 18 de septiembre de 2018.
Aceptado: 22 de octubre de 2018.

Palabras clave
infancia, desaparición forzada, juego, arte, acompañamiento

Keywords
childhood, enforced disappearance, play, art, accompaniment

 

[1] Informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el contexto del acuerdo firmado con el Estado mexicano y los representantes de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, México, 2015.

[2] Carlos Martín Beristain, Acompañar los procesos con las víctimas, Colombia, Fondo de Justicia Transicional, Programas Promoción de la Convivencia y Fortalecimiento a la Justicia, 2012, pp. 9 y 10, <http://www.psicosocial.net/grupo-accion-comunitaria/centro-de-documentacion-gac/trabajo-psicosocial-y-comunitario/herramientas-investigacion-accion-participante/833-acompanar-los-procesos-con-las-victimas/file>.

[3] Del latín resilio, volver atrás, volver a saltar, rebotar, reanimarse.

[4] Boris Cyrulnik, Los patitos feos, la resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida , Francia, Éditions Odile Jacob, 2001, pp. 26 y 27.

[5] Míriam Londoño, Una mirada a las prácticas artísticas en comunidad en Medellín , <http://www.masterarteactual.net/spip.php?article237>. Consulta: 25 de agosto, 2018.

[6] La Ludoteca Ayotzinapa (2015-2017) fue un proyecto realizado por Rufina Pacheco, Susana Molina Oveja Negra, Violeta Reyes, Nayibe Castelo y Aracelia Guerrero.

[7] <https://www.facebook.com/ludotecaayotzinapa>.

[8] Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad, México, Siglo XXI, 2015.

[9] Nota.