NÚMERO
47



NÚMERO
ESPECIAL

TEXTOS Y CONTEXTOS

Del ahogo y la esperanza

About suffocation and hope

Resumen

La actual pandemia develó la crisis de muerte de la matriz cultural y civilizatoria mundial; “es el capitalismo”, responden quienes advierten la magnitud del desastre. La sacudida estética experimentada en lo individual y lo colectivo plantea la necesidad de construir otro futuro posible como única garantía de sobrevivencia. Frente a ello, resulta imperativo el conocimiento y la crítica histórica que rebase la pura conmoción para dar lugar a una razón apasionada que impulse a la acción colectiva organizada. Como quizá nunca antes, el arte y la cultura se plantean como acción y práctica crítica de utilidad social para develar lo urgente de transformación y anticipar nuevas y otras realidades.


Abstract

The current pandemic uncovered the mortal crisis of the world's cultural and civilizing matrix. "It's Capitalism", answer those who warn of the magnitude of the disaster. The aesthetic shock, both on the individual and collective levels, posits the necessity of building another possible future, as the only guarantee of survival. The current health crisis worsened the living conditions of the majority of the population. The common dimension of our existence was made manifest in the worst possible way. Knowledge and historical criticism, going well beyond the immediate shock, are imperative, in order to give rise to a passionate reason fostering collective and organised action. As probably never before, art and culture are seen as critical practices of social utility, capable of unveiling the urgency of transformation and anticipating new and different realities.



Cristina Híjar González / maestra en comunicación y política
INVESTIGADORA DEL CENIDIAP
cristinahijar@gmail.com


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A Matías, mi nieto nacido en pandemia, cargado de futuro.


En 1971, Herbert Marcuse planteó el fin de la utopía al considerar el fin de la historia. Pero contrario a los planteamientos posmodernistas, nihilistas y catastrofistas, éste es un planteamiento en positivo. Marcuse considera que el desarrollo de las fuerzas materiales e intelectuales exige una transformación radical que no puede darse de permanecer este continuo histórico. Al asumirse radicalmente, las condiciones para la utopía están dadas y la condición originalmente utópica se ha tornado necesariamente histórica al advertir la posibilidad de generar una realidad otra que cubra las necesidades vitales más elementales atendiendo y activando “la dimensión biológica de la existencia humana” que se debate en sus límites: la vida o la muerte. Y nos tardamos.

La pandemia mundial generada por el virus SARS-CoV-2 ha puesto en evidencia esta lucha por la vida. La realidad nos explotó en la cara y expuso nuestra vulnerabilidad como especie, y también la calidad de vida de las grandes mayorías del planeta desprovistas de posibilidades para enfrentar esta amenaza. Estados rebasados, sistemas de salud ineficientes, precariedad laboral, brutal división entre trabajo material e intelectual para vivir el confinamiento; la inequidad social en el acceso a los servicios indispensables como el agua, la habitación digna, el acceso a la educación a distancia, etcétera, develó, si aún era necesario, un sistema mundo injusto, desigual y rapaz. La fragilidad de la existencia humana frente al poderoso y silencioso enemigo viral democratizó la muerte y la lucha por la sobrevivencia mostró sus muy distintas posibilidades de realización en realidades distintas y distantes. Pero si atendemos la potencia política del momento, lo que resulta evidente es la necesidad de ser, estar y hacer de otras maneras, en todos los ámbitos del mundo que habitamos: natural y social, hasta nuestros espacios-tiempos íntimos y privados.





Gran OM & Co., Mundo colaborativo, Facebook, abril 2020.




Gran OM & Co., Distancia social, Facebook, mayo 2020




Gran OM & Co., Por cada mujer, Facebook, septiembre 2020.



La primera sacudida evidente, producto de la pandemia, fue estética. Afectó nuestras percepciones y sensaciones, impactó nuestros sentimientos y nuestras ideas, nos obligó a relacionarnos con todo humana y materialmente de otra manera. Este sería el primer punto que advertiría en este momento de crisis, que ha cuestionado prácticamente todos nuestros escenarios vitales: el adentro y el afuera, los tiempos que vivimos y los espacios que habitamos; la percepción del yo y de lo otro, de los otros; los sentimientos y las sensaciones exacerbados, las querencias y las ausencias; el cuidado de sí y el cuidado mutuo; la dimensión común de nuestra existencia… Y en todo ello la disyuntiva entre vivir o morir. El individualismo exacerbado promovido por la cultura capitalista, la carrera personal, el desprecio a toda posición ética, empática y solidaria, se topó con pared frente a la posibilidad generalizada de morir por ahogo. La aparente metáfora, porque no lo es, resulta potente y suficiente para describir lo experimentado por todas y todos los habitantes de este planeta. Sin embargo, la falta de aire para seguir viviendo es una sensación experimentada desde antes por poblaciones enteras de migrantes, desempleados, enfermos sin atención médica, pueblos en pobreza extrema o víctimas del despojo voraz de mineras, monocultivos o megaproyectos devastadores de vida. La diferencia es que ahora el destino nos alcanzó casi por igual, porque siempre habrá distintas maneras de vivir la pandemia, como bien lo apunta Boaventura de Souza al destacar a las poblaciones o sectores sociales que ya cargaban con anteriores vulnerabilidades, agregando que lo que el virus hizo fue profundizar la “línea” entre los invisibles y los visibles, los audibles y los no audibles.

Pero suponiendo que se asume una posición positiva, crítica y constructiva generalizada frente a la crisis actual, resulta imperativo formularse las preguntas correctas no sólo frente al escenario presente sino, sobre todo, frente al futuro. Donna Haraway plantea, sin concesiones, que en la renuncia a pensar yace la “banalidad del mal” (advertida y descrita por Hanna Arendt en el juicio al nazi Eichmann), que refiere al hecho de no hacerse responsable de nada, de pasar de largo, de no oponer resistencia alguna a cualquier atrocidad atestiguada, de no cuestionarse nada para transitar y sobrevivir sin más ante cualquier situación. Hoy casi nadie podría no darse por enterado de los mil y un problemas y tragedias enfrentadas por la pandemia, empezando por la más mínima toma de conciencia a partir de la afectación directa, sea en el propio cuerpo o en el de alguien cercano y todo lo que ello conlleva: la necesidad del aislamiento (problema espacial), los cuidados especiales, los medicamentos, en el peor de los casos el ingreso al hospital, pero también el trabajo suspendido para la mayoría y, con ello, la falta de ingresos y el deterioro general de las condiciones de vida. Sin duda, ello ha afectado a las subjetividades a partir de las experiencias y vivencias individuales y colectivas y ha trastornado la dimensión afectiva en nuestras vidas instaurándose, mayormente, el miedo y la incertidumbre.

Así las cosas, no hay vuelta de hoja: o se acepta una especie de realpolitik en la que no hay más alternativa que la que ofrece el gobierno y su deteriorada institucionalidad, o la crisis se torna en punto de arranque de otro futuro posible a partir del conocimiento generado en esta nueva realidad compartida. Ahí reside el primer punto a advertir: el atisbo de la dimensión común impuesta de la peor manera. Pero el conocimiento generado no sirve por sí solo, como lo advierte Noam Chomsky, si no se está dispuesto a actuar con la certeza de que si no lo hacemos será la destrucción de la humanidad, y precisa que esa acción colectiva no puede ser en el marco institucional actual, promotor u omiso de otras pandemias, de la crisis ambiental y las amenazas nucleares; Marcelo Expósito agregará el racismo, el neocolonialismo y el patriarcado a las amenazas presentes.





s/a, Justicia para Giovanni, Facebook, junio 2020.





s/a, Convocatoria en Uruguay, Facebook, mayo 2020.




s/a, #JusticeForGeorge #Minneapolis, Facebook, mayo 2020.



Políticamente y sin detenernos en la actuación dispar de los gobiernos, consideramos que prevalece lo que Franz Hinkelammert definiera como un modo perverso de gobierno: “Ideológicamente, la democracia de seguridad nacional se basa en la negación de cualquier alternativa, en la negación de la esperanza; estabiliza a las sociedades por la desesperación”. Es decir, una narrativa, distribuida por todos los medios posibles, fincada en la necesidad de obedecer y aceptar cualquier directriz emanada desde el gobierno y los organismos internacionales, porque de no hacerlo no sobreviviremos ni nosotros ni el país ni el mundo, ¡como si fuéramos corresponsables del desastre! Boaventura de Souza advierte que lo que han promovido los gobiernos y los medios de comunicación masivos frente al virus es una metáfora de guerra que implica un combate frente a un enemigo silencioso en el que todos debemos participar por igual, sin embargo él apuesta a una metáfora pedagógica del virus, a advertir y pensar qué nos está enseñando.

Retomando a Haraway, no queda de otra más que la “supervivencia colaborativa”, asumiendo al mundo entero como materia de cuidado, lo cual incluye a todas las especies animales y vegetales igualmente sometidas a este “tiempo de urgencias”, que implicaría crear relaciones de parentesco con ellas, rebasar el humanismo para sustituirlo por lo “terrestre” y manteniéndonos en una “creatividad sostenida” sobre la base de la conciencia en nuestra dependencia mutua. Al igual que Chomsky, plantea que la crítica sin acción ya no es suficiente.

El planteamiento no es nuevo, los pueblos indígenas lo viven de este modo desde siempre. Baste algunos ejemplos, entre ellos la definición de territorio planteada en el Seminario Permanente “Derechos de los pueblos indígenas” impulsado por el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, en noviembre de 2005:

Es importante destacar el elemento místico en el concepto de territorio. Territorio no es un pedazo de tierra nada más, no se puede definir con una sola palabra —de hecho, no existe una traducción directa en las lenguas originarias de Chiapas—. Tiene que ver con donde sembramos el maíz, donde nacemos, donde nos casamos, donde tenemos los hijos. Tiene que ver con los bosques, con los animales, con los lugares sagrados, las cuevas, las lagunas, los cerros. El territorio somos los pueblos. [1]



Autor no identificado, Mantén tu distancia, Facebook, junio 2020.




Huellas de la Memoria, Gritabocas en el Plantón de Familiares de Desaparecidas y Desaparecidos Nacional ,
Facebook, junio 2020.



Es el mismo sentido a lo que refiere el concepto andino ayllu, como sistema de organización de vida de todo lo que existe y garantía del “buen vivir” destruido con la llegada del capitalismo que mercantiliza todo y el antropocentrismo destructor del “cosmoser”. El ayllu es la comunidad, no restringida a lo humano con su whipala como bandera incluyente que significa la complementariedad, el equilibrio, el consenso y las identidades plurales. Incluso, una filosofía de vida tan distante en el desierto de Thas, India, como el “ahimsa bishnoi” con la no violencia y el cuidado y respeto de todos los seres vivientes como principio. Lo anterior, entre otros muchos ejemplos posibles, plantean su rechazo a la dominación, al sometimiento y a la explotación contraponiendo la colaboración, la solidaridad, el consenso y la asamblea, el nosotros sobre el yo y, en el mejor de los casos, la autonomía y la autogestión. “Nuestra lucha es por la vida” planteó como consigna el Concejo Indígena de Gobierno en México bajo el principio de mandar obedeciendo. Todo ello constituye alternativas de vida en curso contra el modelo actual que ya probó su fracaso. Dice Horacio Cerutti que “la recuperación revolucionaria de la capacidad de imaginar es una tarea urgente”, hoy más que nunca necesaria para plantear una nueva matriz cultural y civilizatoria.

Sí a la imaginación y al deseo y, por supuesto, a todas las acciones que apunten a concretar otro presente y futuro posibles pero con conciencia, conocimiento y crítica históricas. Este no es un camino nuevo planteado por la actual pandemia, hay una larga historia de luchas y resistencias por el buen vivir de la que se pueden abrevar experiencias y saberes. Simplemente, un fragmento del concepto de revolución planteado por Fidel Castro el 1 de mayo de 2000:

Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas[2]

para concluir haciendo referencia al patriotismo, socialismo e internacionalismo cubanos. Concepto de gran actualidad para los desafíos presentes que plantea un humanismo militante frente al individualismo egoísta e irresponsable promovido por la cultura del interés personal y el beneficio individual a toda costa; digno de pensarse para quien pretende no sólo explicar sino rebasar el microinfierno personal.

Imaginar, concebir, desear, anticipar con el necesario filtro de la cruda realidad, permite visualizar y distinguir lo posible de lo imposible. Situarse en el lugar que te permita “mirar más allá de lo que tus ojos ven” definen los pueblos andinos con la palabra khawana, y más de una vez, con la posibilidad advertida en el Eclesiastés 3: “tiempo de derribar, tiempo de edificar”. “Se llama capitalismo” concluyen las reflexiones sobre lo que está ocurriendo, y de ese tamaño se plantea el desafío para una transformación radical que exige la “digna rabia”, así definida y llevada a sus últimas consecuencias por el movimiento zapatista en Chiapas, es decir, no limitada a la indignación pasajera sino construida y organizada colectivamente para provocar una nueva subjetividad, una nueva realidad estética, provocada por la economía moral de la multitud que impele a la acción y construye otra realidad posible.





C. Híjar, LXVIII Acción global por Ayotzinapa, 26 mayo 2020.





Aracelia Guerrero, Acción de aniversario del incendio de la Guardería ABC, 10 junio 2020.





C. Híjar, Antimonumento +72, instalación, 22 agosto 2020.



La alteridad derivada de todo lo anterior requiere significarse: la proposición de sentidos y nuevas narrativas mediante significantes potentes que den cuenta del empeño en curso. La actual pandemia instauró nuevos modos de relacionalidad social, suspendido el contacto físico y la reunión en el espacio público, se crearon nuevas formas para producir los vínculos sociales. “Ni toda distancia es ausencia ni todo silencio es olvido”, circuló como consigna en las redes sociales para innovar otras formas de presencia ante los asuntos urgentes. Casi todos y todas pasamos del ser al estar, habitando solo nuestros espacios en confinamiento sin la posibilidad de poner el cuerpo. Momento de asumir lo político como lo plantea Bolívar Echeverría:

la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma. Lo político, la dimensión característica de la vida humana, se actualiza de manera privilegiada cuando ésta debe reafirmarse en su propia esencia […] en los momentos de fundación y re-fundación por los que atraviesa la sociedad; en las épocas de guerra, cuando la comunidad “está en peligro”, o de revolución, cuando la comunidad se reencuentra a sí misma. Pero lo político no deja de estar presente en el tiempo cotidiano de la vida social[3]

Es el momento de reinventarnos frente a las emergencias y el reto fue asumido de muy variadas maneras con los medios tecnológicos como soporte y medio de comunicación. Gran cantidad de reflexiones colectivas a la altura de las circunstancias inundan hoy la red, pero también el registro de acciones que no pararon sino que inauguraron nuevas maneras de ser y estar frente a la permanencia de otras pandemias existentes: los feminicidios y violencias contra las mujeres, la desaparición forzada, los asesinatos a periodistas y defensores de la tierra y el territorio, el racismo criminal, que no paran ni se detienen. Como bien dice el argentino Nacho Levy: de todas y todos aquellos a quienes “les negamos el respirador antes de colapsar”.





La Garganta Poderosa, #ContagiáSolidaridad, Facebook, mayo 2020.





La Garganta Poderosa, Darío, Ramona y Maxi, Facebook, junio 2020.



Las prácticas artísticas están insertas en esta situación, por supuesto me interesan las que parten de al menos dos premisas: las que se ubican como acción contenciosa, según caracteriza Sidney Tarrow, es decir, que ubican al o los enemigos, que se confrontan y enfrentan y que son construidas y cobijadas desde una comunidad política y, en segundo lugar, las que advierten su utilidad social. Marcelo Expósito destaca constantemente la necesidad de unidad determinante en esta triada: utilidad, crítica y confrontación, que da lugar a la expresión, a la comunicación y a la acción social con sentido y propósito en función de objetivos políticos. “El arte como arma de construcción masiva” es otra de las consignas circulantes, y justo de esto se trata: de contribuir a la denuncia, ubicarse en la resistencia frente a la cultura de muerte pero también alimentar redes de colaboración y solidaridad y, siguiendo con las metáforas, generar anticuerpos colectivos y resignificar el contagio para crear comunidad.

En este sentido, y aunque hay muchos otros ejemplos, se ubica el proyecto gráfico “Propaganda y conciencia” del Gran Om & Co., de gran aliento pero con una serie dedicada a la pandemia: “Propaganda desde la Cuarentena 80/80”. Al menos una vez a la semana publican en redes y con diversos hashtags un cartel referente a la solidaridad necesaria, a la denuncia concreta, al reconocimiento a quienes no han podido parar ni confinarse. Gráfica urgente, no sólo incendiaria sino crítica, en la que estos artistas gráficos son ya expertos, no hay hecho social relevante que no signifiquen inmediatamente. De igual manera, la gráfica realizada alrededor del racismo criminal evidenciado, una vez más, con el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020 en Minneapolis y que desató el movimiento Black Live Matters y ACAB (All Cops Are Bastards) replicado en todo el mundo. Aunque en menor medida pero igual de importantes, muchas imágenes y gráfica dedicada a hombres y mujeres asesinadas o víctimas de desaparición forzada en tiempos de pandemia; defensores ambientales asesinados y violencias de todo tipo que no descansan.

Cuentan también los registros fotográficos y en video de muchas acciones realizadas. Por ejemplo, los talleres acompañantes de los plantones de familiares de detenidos-desaparecidos frente a Palacio Nacional, en particular la impresión gráfica de “gritabocas” con consignas llevada a cabo por el colectivo Huellas de la Memoria. O la acción colectiva realizada el 26 de mayo pasado en la LXVIII jornada mensual por Ayotzinapa, durante la cual se imprimieron, a primera hora de la mañana, huellas blancas sobre Paseo de la Reforma, emulando la misma acción realizada en Uruguay días antes durante la Marcha del Silencio ante la imposibilidad de realizar la manifestación. También se colgaron, a manera de tendedero cruzado sobre la avenida, los rostros de los estudiantes desaparecidos y asesinados hace más de seis años y se imprimieron esténciles sobre el mobiliario urbano. Se concretaba así la consigna: no olvidamos, no perdonamos. Otros modos de estar, otras formas de lucha.

El 22 de agosto, con todas las medidas sanitarias y de cuidado, se instaló en Paseo de la Reforma y frente a la embajada estadunidense, el sexto antimonumento en la Ciudad de México, dedicado a los 72 migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas, en 2010, con el signo de más incluido para dar cuenta de todos y todas las migrantes violentadas en su paso por México. Con un breve acto político-cultural que incluyó una emotiva ceremonia religiosa se acompañó la instalación, una vez más ejemplar, de este símbolo escultural de memoria en lucha emprendida por personas, colectivos y organizaciones desde 2015 cuando se instaló el primero: +43 por Ayotzinapa y contra la desaparición forzada. Este antimonumento resulta significativo no sólo en términos de memoria sobre un hecho atroz, sino en este momento en que empeoran las vulnerabilidades de las poblaciones migrantes en todo el mundo. “Ningún ser humano es ilegal”, se lee en uno de sus costados.

Basten estas menciones breves a las prácticas artísticas en pandemia, insertas en la dimensión estética de la utopía, como significantes que dan cuenta de las acciones concretas de los desertores de la indiferencia que no paran sino encuentran otras maneras de alzar la voz y plantear nuevas formas de vida regidas por la solidaridad y la empatía, de los empeños colectivos por cambiar este estado de cosas que develó de manera brutal la pandemia. Como nunca, se revelaron y rebelaron el arte y la cultura como acción, como práctica crítica de y en lo cotidiano, y no como espectáculo ajeno. De ahí la multitud de conciertos y coros en los balcones y en línea, la liberación de excelentes películas y documentales para el disfrute colectivo; la okupación momentánea y rápida para realizar un performance o coreografía, una proyección visual en los inmuebles, que no sólo sorprende a su entorno inmediato sino que con su registro en video amplía los públicos posibles ahora cautivos pero necesitados de expresiones vitales que agradecidos aplauden y se conmueven. Quiero creer que los artistas también van descubriendo otro ejercicio y desarrollo posible de sus habilidades y propuestas ante el reconocimiento social evidente.

Nacho Levy, impulsor del proyecto colectivo La Poderosa con las villas urbanas en Argentina, carentes de servicios y viviendas dignas pero cargadas de compañerismo; editor y periodista de su medio de comunicación: La Garganta Poderosa, que incluye una estación de radio por Internet, una página web y una revista, reivindica la cultura villera autogestiva. Este proyecto de organización popular integra, mediante la dinámica asamblearia, cooperativas de alimentos, comedores populares, proyectos culturales y educativos variados que se han extendido a muchos barrios latinoamericanos en la misma situación. Necesaria introducción para dar cuenta también de emprendimientos de militancia y compromiso social en curso y desde antes que posibilitan otra lectura y vivencia de la realidad. La muerte por covid de Ramona Medina, una entusiasta participante y vocera de este proyecto en la Villa 31, que había denunciado y luchado por la carencia de agua, provocó una campaña social que señalaba responsabilidades bajo la frase “nos mataron a Ramona”. Lo destacable es que no se quedan en la denuncia, que alcanzó a la presidencia argentina que recibió a Nacho Levy, sino que en todo esto advierten la necesidad de seguir promoviendo otra relacionalidad social como única garantía de sobrevivencia colectiva.

En un bello y contundente texto titulado “Los anticuerpos de Kosteki y Santillán”, Nacho Levy da en el clavo. Haciendo referencia al acto de amor que le costó la vida a Darío Santillán mientras auxiliaba a Maxi Kosteki herido de muerte por la policía durante una protesta piquetera el 26 de junio de 2002, Levy plantea que ahí radica la fórmula de la vacuna para salvarnos que nunca podrá ser patentada: “nunca dejes tirado a otro ser humano”. Ese acto, que fue fotografiado en una secuencia terrible y conmovedora, constituye una llamada de atención, una prueba de la solidaridad y el amor compañero radicalizados. Afortunadamente no es la única, hay muchas personas que actúan “maxidarísticamente” y “que todavía nos dan oxígeno para respirar”. Nacho nos plantea revisar qué parte del virus somos y nos invita a actuar: “Vamos, necesitamos contagiarnos, cuidarnos, perderles el respeto a los señores feudales y romperles el libreto de valores morales, para no abandonar jamás a esta humanidad infectada...”. Se impone, pues, una transformación estética colectiva y radical en donde priven el cuidado, el amor, la empatía, la solidaridad, alimentadas por una crítica feroz en todos los ámbitos vitales a una cultura de muerte; advertir, con consecuencias, la conciencia de lo otro y de los otros, constituye la única posibilidad abierta para la sobrevivencia colectiva y es el único camino para una organización social basada en la comunidad responsable.

“Hackear la pandemia” es un proyecto colectivo en el que participan narradores, artistas, comunicadores, radialistas, periodistas y hackers culturales con el objetivo de plantear nuevas narrativas impulsadas por la imaginación y el deseo de otro futuro posible sin descuidar la crítica histórica y para plantear alternativas de vida: desde los procesos de sanación tradicionales hasta la revisión profunda de la lógica del capital y el consumismo, la destrucción medioambiental y la crisis climática. Lapropuesta resulta acertada en términos de la necesidad de intervenir, okupar, transformar e incluso destruir las narrativas hegemónicas que no explican ni dan salida a nada más que a una administración de la vida hoy en emergencia. Pero vendrá el futuro, y si queremos realmente pasar del sobre-vivir al re-vivir, habremos, deseablemente, de aprender de las grandes lecciones de este tiempo dislocado, de extrañamientos en su doble sentido, de develaciones por todo lo evidenciado, lo bueno y lo malo, que alimentará nuestra memoria. Ahí hay un propósito para las producciones artísticas, un punto ético común entre el arte y la vida para imaginar, desear y anticipar, para pasar de lo concebible al proyecto de lo posible y concretar la utopía definida por Adolfo Sánchez Vázquez como una imagen de futuro que entraña la posibilidad de ser realizada en el mundo empírico. Es necesario enfatizar que nada de esto será producto de la causalidad ni ocurrirá por sí solo; puede ser posible si asumimos nuestra conducta y responsabilidad políticas en lo individual y como comunidad político-afectiva consciente de sí, de su potencia, de sus derechos.





Draw Meöwart, De la serie Maquila, Facebook, mayo 2020.





Amapolay, Trabajadores, mayo 2020.





Alberti Q, Cartel anticolonialista, octubre 2020.



Los ejemplos mencionados se inscriben en la dimensión sensible de lo político que ahora resulta evidentemente necesaria de alimentar y sostener para, como plantea Raquel Gutiérrez, derivar en la “organización del conjunto de procesos materiales y emocionales que abren la posibilidad de disfrute y creación de lo que más o menos entendemos por vida vivible o vida digna”. De la conmoción a la acción, como único camino por transitar si de lo que se trata es de transformar la realidad. Revolución estética radical en la que lo experimentado a través de ideas, sensaciones y sentimientos, produzca conocimiento y, con ello, una razón apasionada. Gutiérrez lo denomina “conocimiento operativo” en el que se conjunta el saber, la razón y lo sensible para dar lugar a un conocimiento que no se reduce a lo puramente racional y teórico sino que tiene un sentido práctico al fincar sus raíces en la vida y en la lucha. La vida cotidiana, inmediata, restaura así su carácter político. Advertir todo lo producido por esta pandemia, sus causas, efectos y consecuencias pero sobre todo, la indispensable participación de todos y cada una en construir otro futuro posible, exige que los afectos se tornen en afectaciones que den lugar a comunidades político-afectivas de acción colectiva contenciosa. El desafío no es menor cuando hay conciencia de todo lo que está mal en este proyecto civilizatorio impuesto sin consenso, de ahí que no resulta exagerado plantearse lo que Albán Achinte denomina como “prácticas creativas de re-existencia”, describiendo a la re-existencia “como los dispositivos que las comunidades crean y desarrollan para inventarse cotidianamente la vida y poder de esta manera confrontar la realidad establecida por el proyecto hegemónico […] Apunta a descentrar las lógicas establecidas para buscar las formas organizativas, de producción, alimentarias, rituales y estéticas que permitan dignificar la vida y reinventarla para permanecer transformándose”.[4]

Al final, una reflexión íntima. Regresaremos y entonces serán evidentes las ausencias, ¿podremos concluir nuestros duelos? Los de antes y los de ahora, cuando el dolor está presente pero ausente la posibilidad de ser compartido para llorar las pérdidas. Habrá que producir un duelo público como acto político por los cientos de miles que ya no estarán; habrá que construir otras temporalidades y sacar del tiempo suspendido los pendientes que exigen poner el cuerpo; pensar en qué vida queremos como merecedora de ser vivida, para uno y para todos, y también recordar cómo estábamos ya muriendo desde antes. Eso definirá adónde regresaremos y cómo. “Patria es humanidad” dijo José Martí en 1895, quizá lo único que podemos hacer es extender esta afirmación vigente a todo lo terrestre, como nos aportan los pueblos indígenas, para hacer de este mundo un lugar dignamente habitable para el buen vivir.



Referencias bibliográficas

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Semblanza de la autora

Cristina Híjar González . Maestra en Comunicación y Política por la UAM-X. Desde 1989 es investigadora titular en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura en donde es miembro titular del Consejo Académico. Desde 2016 pertenece al grupo de trabajo “Arte y política” de CLACSO y desde 2014 al Colectivo Híjar, dedicado a acciones estético-políticas por la memoria histórica. En sus investigaciones y publicaciones aborda las agrupaciones artísticas en México, las relaciones entre el arte y la utopía, la significación e iconografía zapatistas, así como la praxis estética y artística articulada con movimientos políticos y sociales. Es responsable de los fondos documentales “Grupos de artistas visuales de los 70” y “Arte y movimientos sociales”. Ha sido profesora invitada en la Universidad de La Plata, Argentina (2012) y el Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Nariño, Colombia (2019); ha impartido conferencias y ponencias, así como publicado múltiples textos de los temas de su competencia en diversos medios nacionales e internacionales. En 2020 y 2019 fungió como editora huésped de la revista electrónica del Cenidiap, Discurso Visual, con los títulos: “Arte y política en América Latina” y “43Ayotzinapa, un grito colectivo: comunicar, narrar, significar”, respectivamente. Entre sus producciones individuales se encuentran el largometraje y libro Autonomía zapatista. Otro mundo es posible (2008); Siete grupos de artistas visuales de los setenta. Testimonios y documentos (2008); Calcomanías zapatistas: contribución a una poética latinoamericana (2004) y los videos A la Calle (2016) y Rastros coloridos de rebeldía. Murales zapatistas (2008).



Recibido: 17 de septiembre de 2020.
Aceptado: 25 de noviembre de 2020.

Palabras clave
pandemias, buen vivir, comunidades político-afectivas, acción colectiva, gráfica urgente.

Keywords
pandemics, good living, political-affective communities, collective action, urgent graphic arts.

 

[1] Seminario permanente anual “Derechos de los Pueblos Indígenas”, primera sesión: “El derecho al territorio de los pueblos indígenas”, CDH Fray Bartolomé de las Casas, noviembre de 2005.

[3]  “Lo político y la política”, en Chiapas 3, México, Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México, ERA, 1996, p. 7.

[4] Adolfo Albán Achinte, Prácticas creativas de re-existencia. Más allá del arte… el mundo de lo sensible , Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2017, p. 41.