NÚMERO
50



JULIO
DICIEMBRE
2022

EDITORIAL

CARLOS GUEVARA MEZA • DIRECTOR

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Un centenario vivo

El centenario del nacimiento del Muralismo ha sido la ocasión para organizar cientos (quizá miles) de actividades en todo el mundo. Exposiciones, por supuesto, además de coloquios, congresos, ciclos de conferencias, publicaciones de todo tipo y hasta programas de televisión. Lo maravilloso es que, en la mayoría de los casos, se trató de una reflexión actualizada y crítica y no la cancina repetición de la “historia de bronce” (si es que alguna vez la hubo a este respecto). Y no es que la reflexión actualizada y crítica hubiera surgido hasta ahora con motivo de la efeméride. La ocasión fue sólo la gran oportunidad para retomar y difundir, entre un público mucho más amplio que el de los especialistas, debates, críticas y reflexiones que se venían haciendo desde hace mucho tiempo en torno a este movimiento fundamental en la historia del arte moderno y contemporáneo universal. Ha sido la oportunidad de cuestionar preconcepciones, mitos y prejuicios que parecían poblar una especie de “sentido común” o vox populi (quizá más imaginada que real) sobre el Muralismo y sus exponentes.

Lo cierto es que, para mexicanos de varias generaciones, el Muralismo no sólo tenía su historia de bronce, inamovible y lejana, sino que era la historia de bronce misma de este país, con imágenes repetidas hasta casi la saciedad en libros de texto de los niveles obligatorios y, de hecho, en mucha de la propaganda oficial del gobierno, del mandatario en turno o de su partido único (o casi).

Ello provocó que muchos perdieran de vista sus valores artísticos y estéticos, que se desentendieran de su historia, de sus orígenes, de sus contradicciones y conflictos, de sus continuidades y de sus cismas, de su diversidad intrínseca, para imaginárselo como un todo amorfo y quizá, por principio, rechazable, tanto en sus obras ya consagradas como en sus posibilidades futuras. Y fue una gran pérdida.

Afortunadamente el tiempo lo cura todo y décadas de debates y estudios académicos, de recuperaciones artísticas, de nuevas lecturas, de nuevas apropiaciones y de muchas, muchas prácticas artísticas vinculadas o derivadas del muralismo, encontraron por fin un espacio de visibilidad social para dar cuenta de un movimiento que nunca fue ni quiso ser un monolito; una vanguardia contemporánea y en pie de igualdad con el cubismo, el expresionismo o cualquier otra de las que aparecen siempre en los libros (de los cuales, muchas veces, el muralismo fue excluido por su “carácter regional”, aunque tuvo y tiene seguidores en muchas partes del mundo). Un movimiento que no se agotó en el lapso de vida de sus iniciadores, sino que siguió y sigue con muchas y a veces abismales diferencias, pero también con enormes continuidades.

El muralismo no fue ni quiso ser un arte oficial (y si se le utilizó así en ocasiones, fue sólo a fuerza de muchos ocultamientos y reducciones de su propuesta). No fue ni quiso ser la imagen de una nacionalismo de oropel para beneficio de políticos y beneplácito de turistas, sino la apuesta por la construcción de una identidad desde las clases subalternas. Sí quiso ser, a veces sin lograrlo, un arte político, un arte de combate y de transformación, no sólo por lo que representaba, sino por la forma y el medio en que lo hacía. Hay muchas lecturas que hacer todavía y esta es nuestra pequeña contribución al respecto.

Carlos Guevara Meza

Director